EL CHICHE,DE CAÑITAS,

La imagen es de una de las tarjetas de "presentación" que mis padres mandaron a imprimir cuando nací.


Estamos sobre una nave espacial (el planeta Tierra) que gira a 1660 kms por hora, en sentido oeste- este
El sentido contrario a las agujas del reloj. ¿El tiempo vá en esa dirección? Oeste-este...
Mi corazón está en mi oeste.
El sur está tan despoblado…

EL CHICHE ,DE CAÑITAS

jueves, 21 de enero de 2010

CUBA. Una historia de amor.


















El texto siguiente corresponde a un capítulo del libro “Todo gracias al cine” que no he terminado de escribir y quiero publicar dentro de no mucho. Tambien podría llamarse “Antes de que me olvide”. Cuenta

las experiencias de vida que le debo al cine.

En todo caso será un acto público de agradecimiento.

Al cine y a la vida, que para mí son casi lo mismo.

CUBA

Una historia de amor.


El 27 de diciembre de 1967 yo cumplía 22 años.

Me habían dado de baja en la conscripción unos meses antes de cumplidos los 2 años reglamentarios de servicio militar en la Marina.

Razón: “único sostén de madre viuda”.

Mi padre había muerto en julio.

Mi hermano, tenía dos años menos que yó y era estudiante.

Cerca del mediodía en la casa de la calle Guatemala sonó el teléfono.

Un llamado de Air France. Yo no estaba en casa.

Cuando llegué, mi madre me dijo que habían dejado un mensaje anunciando que tenía un pasaje a mi nombre para Paris.…¿Qué es eso? preguntó entre temerosa y ofendida.

No sé mamá. Debe ser una joda por mi cumpleaños…

Por la tarde, mi amigo Pablo Gerchunoff, que trabajaba en la Editorial Abril y tenía contactos con la agencia Prensa Latina ,me dijo: “Gallego, ¿por qué no averiguás?…Están llegando pasajes para ir al Congreso Cultural de La Habana…”

Aclaremos que la Argentina de esos días estaba gobernada por una de las tantas dictaduras militares que cada tanto interrumpían los gobiernos democráticos. Esta vez el dictador de turno era el retrógrado General Juan Carlos Onganía,uno de los culpables de años de retroceso cultural en la Argentina. (Su allanamiento a la Universidad de Buenos Aires significó el exilio de centenares de científicos brillantes que en su mayoría luego terminaron trabajando en las mejores universidades y laboratorios del mundo).

Volver al país con un sello de Cuba en el pasaporte,era suicida.

Por lo tanto había que dar toda una vueltecita para llegar a La Habana .

En el, luego histórico, Festival de Cine de Viña del Mar de 1967 había conocido a Alfredo Guevara y a Saul Yelin, los fundadores del ICAIC, Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.

Unos años antes, a los 17, yo había ganado el Festival de Viña del Mar con mi primer cortometraje “Un largo silencio”.

Ese festival del 67 supuso el descubrimiento del cine cubano, un cine para mí deslumbrante, avasallador,irresistible.

Un vendaval de revolución y poesía que le hizo sentir por primera vez a aquel jovencito enamorado de Goddard ,que podía haber otro amor más allá de la “nouvelle vague”.

Y fue el “Acto fundacional” del llamado “Nuevo Cine Latinoamericano".

Junto con ese deslumbramiento “profesional”, yo estaba fascinado con el estilo de esos dos cubanos,bien diferentes. Uno ,Saul, lo más parecido a un “atorrante” porteño. Seductor,hiperactivo. Me enseñó a bailar “salsa” en una baldosa (una superficie de unos 40 centímetros por lado.). Eso limitaba el movimiento de los pies haciendo que todo el ritmo se distribuyera por el resto del cuerpo,con centro en las caderas. Si hubiera aprendido a bailar así, mi vida hubiera sido bien diferente…

Alfredo era el “serio”. Un intelectual brillante y refinado con un estilo paternalista que le hizo despertar al reciente huérfano de padre un afecto profundo que perduraría hasta hoy.

Durante esos días en Viña del Mar nunca se habló de alguna futura invitación a visitar Cuba.

Cuando aquella tarde de diciembre fui a las oficinas de Air France, comprobé que ,en efecto, había un pasaje a mi nombre, Buenos Aires-Paris ida para los primeros días de enero,o sea, la semana siguiente y la vuelta,”abierta”.

¿Qué quiere decir, “la vuelta abierta”…? preguntó mi madre.

Ningún otro dato. Pregunté quién lo enviaba. Nadie lo sabía.

Yo nunca había ido más lejos que a Chile. A fines de los 50 había viajado a España en barco, pero con mis padres.

Con la convicción de que mis recientes amigos cubanos estaban detrás de ese enigmatico pasaje de avión, me subí a ese Boeing 707 con destino a Paris.

Llevaba unos pocos dólares, la dirección de un hotelito en el 3 de la Rue Dormesson, y un número de teléfono en Paris: el de Silvia Rudni,corresponsal de la revista Primera Plana .

En Paris nevaba. Dí con el hotelito. Yo no hablaba francés. Ni inglés.

El pequeño cuarto solo tenía “salle de l’eau”. Nunca había visto algo asi. Sólo un lavabo. El verdadero “baño”,la “salle de bain” estaba fuera del cuarto, compartido con los otros huéspedes.

Llegué y no abrí mi valija. Me tiré sobre la cama vestido y me quedé dormido.

Tuve una pesadilla: soñé que estaba en una habitación desconocida en un hotel de Paris. En un cuarto vecino alguien ensayaba escalas con una trompeta.

Me desperté con el alivio de quien logra huir de una pesadilla volviendo a la realidad.

Pero en la realidad yo estaba en una habitación desconocida en un hotel en Paris, cerca de otra en la que alguien practicaba escalas con una trompeta…

Ese día no salí de la habitación.

Al día siguiente me animé a bajar y dí una vuelta a la manzana. Volví a encerrarme en la habitación. Comía chocolate y tomaba agua de la canilla.

Al segundo día llamé a Silvia Rudni. Me indicó cómo llegar a su casa.

Salir de la habitación del hotel y tomar el metro parecerían acciones insignificantes. Sin embargo,a la distancia,sé que me salvaron la vida.

Silvia. que luego sería una entrañable amiga, estaba desconcertada y bastante divertida con ese jovenzuelo despistado que había hecho un vuelo directo desde el barrio hasta Paris, sin saber exactamente a dónde estaba yendo.

Con Silvia aparecieron algunos personajes de la fauna argentina de aquel entonces en Paris.

En esos años uno sacaba “patente” de intelectual argentino si había hecho algún tipo de “pasantía” en Paris. Aunque eso significara conseguir un trabajo de lavacopas. El asunto era estar en Paris,comer cus-cus y fumar Gauloises sin filtro.

Junto a Silvia conocí a algunos personajes entrañables,luego amigos queridos, como Mario Pellegrini, hijo del poeta Aldo Pellegrini .


Yo estaba “suspendido” en el tiempo y el espacio. Tenía una mezcla de sensaciones opresivas que luego supe se llamaban angustia. Sabía cómo se sentía la tristeza. Pero no la angustia. La estrené en Paris…No cualquiera…

Convivía todo el día con ella.

Esa angustia iría “fabricando” en mi cuerpo una feroz “somatización”: desde la base del lado izquierdo de mi cuello, comenzó a aparecer una erupción,una especie de sarpullido que con el correr de los días iría trepando como si quisiera llegar a mi mandíbula para finamente estrangularme.

Me había perdido a mí mismo. Lejos del barrio,de mamá por primera vez, el mundo era algo demasiado grande, ajeno, hostil…

No podía hablar porque había perdido mi idioma.

La nieve,los olores nunca antes percibidos,la certeza de que por primera vez mi vida dependía de mí, completaban una sensación de soledad agobiante,desconocida hasta entonces.

Viajera experimentada y nómade vocacional, Silvia no podía entender mi estado. Me conminó a llamar a la embajada cubana. Allí se aclararía todo.Me confirmarían que estaba yendo a Cuba, me darían el pasaje y seguiría mi viaje acabando con la pesadilla que mis miedos habían inventado. Encima me daba mucha vergüenza estar en Paris y sentirme tan mal…No parecía argentino…

“-Dame el número de la embajada” me dijo.

-No lo tengo.

–Lo perdiste?

–No. Nunca lo tuve…

Buscamos en la guía telefónica.

Hice el llamado.

Detecté una desconfianza desalentadora en el funcionario que me atendió.

-¿Y cómo tú te llamas?

Le dí mi nombre y le informé que estaba invitado al Congreso Cultural de La Habana.

“-Pa’ cuando tu llegues el congreso ya estará terminando. Para qué tu vás a ir?...”

Tenía razón.

Esa podía haber sido suficiente justificación para volver con mamá.

Pero en cambio tuve una reacción inesperada que sorprendió a todos,también a mí :

-Mire compañero. Yo tengo instrucciones de llegar a La Habana. No le puedo decir más.

Mi reacción dió resultado. El funcionario vaciló.,después de todo yo era argentino , como el Che…

Me dijo que llamara al día siguiente.

Con la compañía de Silvia, Mario y otros atorrantes argentinos que vivían de robarse cositas en las grandes tiendas, comencé a conocer Paris, aunque no de manera “gozosa”.

El idioma, el frío, y el cus-cus me devolvían a la angustia apenas me distraía.

Al día siguiente el llamado a la embajada cubana dió como respuesta unas lacónicas intrucciones: en el aeropuerto había un pasaje a mi nombre. Destino: Praga.

-¿Y una vez en Praga,que hago? pregunté presintiendo nuevas penurias.

-Ellos se van a poner en contacto contigo” me respondió el mismo repugnante funcionario de la embajada.

Aunque sólo sería cambiar la angustia de paisaje, el irme de Paris significaba un avance hacia alguna parte, y eso pareció calmar a la erupción que aflojó un poco el picor.

Me iría de ese hotelito que olía a repollo hervido todo el día, de esa ciudad llena de nieve y de gente que yo sentía reaccionar con odio cada vez que me atrevía a balbucear alguna palabra en francés.

Llegué al aeropuerto con algo de esperanza, casi con alegría, un estado de animo que sin duda había olvidado poner como equipaje cuando hice mi valija en casa de mamá.

En el mostrador de Czech Airlines, la aerolinea checoslovaca, se encargarían de devolverme a la desazón: había confundido la hora y mi avión había partido hacía veinte minutos.

En el viaje de regreso al hotel del repollo hervido recuperé todo lo que había descartado en mi supuesto raje de esa ciudad odiosa. Los miedos,la angustia, y finalmente mi mancha que retomaba el acecho a mi cuello, ahora con más decisión,seguramente convencida de que podría acabar conmigo en las próximas horas.

Silvia no podía creerlo. Se compadecía de mí pero al mismo tiempo le causaba gracia. Nunca me lo dijo, pero creo que lo que más le divertía era haber conocido al tipo más "boludo" del mundo.

Ahora ,la acción más riesgosa y difícil era volver a hablar con el funcionario de la embajada y confesarle que había perdido el vuelo,por boludo.

Recuperé aquel aire de “agente especial” que instintivamente me había hecho avanzar en el primer llamado.

Echándole la culpa a un atasco camino al aeropuerto , le pedí que me consiguiera otro pasaje.

-Voy a consultarlo chico. Llamame en un par de horas,me dijo.

Por suerte,antes de que en Paris comenzara el lento y angustiante fundido a negro del atardecer invernal, en la embajada me dijeron que había otro pasaje para el vuelo del día siguiente.

-Pero si pierdes este avion te vuelves a Buenos Aires… me dijo el cubano,amenazándome con un final frustrante al fin, pero que al mismo tiempo me producía un inconfesable alivio . Me devolvería a la seguridad del barrio ,donde la erupción asesina no se atrevería a entrar.

Esa vez estuve con mucha anticipación en el aeropuerto. Luego de un par de horas de vuelo, desembarqué en otro atardecer con nieve, cada vez más al norte,cada vez más lejos de casa, más cerca de no sabía dónde.

En Praga nevaba mucho. Todos los pasajeros del vuelo se fueron.El aeropuerto ,que recuerdo bastante “provinciano” comparado con Orly, quedó vacío,quieto, como si se hubieran acabado todos los vuelos para siempre.

Nadie había ido a buscarme.

Ningún funcionario cubano hijo de mil putas.

Ahora había otro idoma que yo no hablaba: el checo.

Creo que estuve alrededor de una hora viendo cómo la nevada iba siendo devorada por la noche, y ambas se me venía encima.

Paralizarme allí sería peor que quedarme encerrado en el hotel de Paris.

Reaccioné. No sé si habré inventado un nuevo idioma universal, o si en la desesperación logré colocar un par de verbos en francés y en inglés, el asunto es que alguien entendió que yo hablaba español, que estaba en tránsito hacia Cuba, y que necesitaba hablar con algun funcionario de la embajada cubana. Llamaron a “una compañera del partido” que hablaba español.

La “bendita” compañera del Partido Comunista finalmente apareció en el aeropuerto para rescatarme. Llamó a la Embajada de Cuba. Luego me dió instrucciones precisas: “Te tomas un taxi. Vás al Hotel Intercontinental. Te alojas. Y allí esperas. Ya se pondrán en contacto contigo…”

Pregunté cuándo seguiría para Cuba. La compañera del partido me dijo que sólo le habían dicho eso: que esperara en el hotel que ya se iban a comunicar conmigo.

La posibilidad de que pasaran semanas, meses,sin que nadie se comunicara conmigo, era tan obviamente literaria,justamente en el paìs de Kafka, que en lugar de aumentar mi angustia,me permitió una especie de “alivio imaginativo”. En esa fantasía atemorizante, pero fantasía al fin, yo era un personaje de ficción, un tipo que misteriosamente había desaparecido de su barrio en Buenos Aires, y pasaba el resto de su vida esperando en un hotel de Praga,nadie sabrá nunca a quién. Para ese entonces no había leído a Beckett.

Lo cierto es que durante 3 días no apareció nadie. Las instrucciones incluían que comiera en el hotel. El Hotel Intercontinental de Praga no era el hotelito maloliente del Quartier Latin de Paris. Era un cinco estrellas bellísimo.

La erupción avanzaba y ya percibía en mi cuerpo señales de bastante fiebre.

No era conciente de que, sin embargo, varios signos nuevos estaban apareciendo en la realidad , marcando el camino hacia la salida del “tunel”.

Por ejemplo: al segundo día de espera decidí tomarme un taxi. El poco inglés que yo hablaba era muy similar al que hablaba el taxista que me llevó al centro de la ciudad más bella que yo había visto hasta entonces.

Curiosamente Praga, que debía resultarme más lejana y ajena que Paris, me producía una llamativa “paz” , a pesar de que subsistía mi sensación de estar perdido en el mundo. Esa especie de tregua con mi angustia, me permitió comprar una artesanía para mamá y tomarme un vodka en un bar donde percibí la belleza de las checas.

Al segundo día sonó el teléfono en mi cuarto, y una voz cubana me dió intrucciones precisas,tal como me habían prometido: “Baja con la maleta. Te vás pa’ Cuba…”

Cuando? Ya mismo chico…Baja yá…

Otra vez anochecía en el aeropuerto de Praga. Otra vez nevaba.

Un Bristol Britannia turbohélice de la Cubana de Aviación me sacaría de allí.

El pasillo central del avión estaba ocupado por cajas que transportaban mercaderías diversas convirtiendo al avión en una versión mixta, de carga y pasajeros.

Era la primera señal de que estaba entrando en otra “dimensión” de la realidad: la cubana.

Cuando los motores aceleraron creando una “tormenta” de nieve que impedía la visión por las ventanillas ojivales del avión, tuve un pensamiento con el que me reencontraría muchos años después, en mis lecturas de maestros orientales.

Pensé: ya estoy muerto, por lo tanto no puedo tener miedo. ¿Miedo de qué? De morirme?... Ya he muerto.

Quizás en esta historia falte agregar que en ese entonces yo tenía fobia a volar.Los aviones me habían apasionado de adolescente al punto de querer ser ingeniero aeronáutico antes de enamorarme del cine,pero subirme a un avión era otra cosa, y me producía pánico.

A partir de que se cerraba la puerta del avión, mi taquicardia aumentaba sincrónica y proporcionalmente con las revoluciones de los motores .

El avión de la Cubana, que los cubanos llamaban “la compañía de aviación más religiosa del mundo, porque vuela cuando Dios quiere”, milagrosamente como a mí siempre me parecían los despegues, levantó vuelo entre el “temporal” de nieve producido por las hélices de las 4 turbinas a toda potencia.

Rumbeó para Shanon,en Irlanda, donde haría la primera escala.

Mis horas iniciales como “muerto” claramente parecían ser mejores que las últimas pasadas como “vivo”.

En Shannon había un free- shop. Me compré un grabador de cinta portátil que luego me sería muy útil en Cuba.

No recuerdo nada remarcable del resto de la travesía,que supuso el cruce del Atlántico con una escala en las Islas Azores y otra en Gander,Canadá.

Finalmente, a 22 horas de Praga, el noble turbohélice se posaba en el aeropuerto José Martí de La Habana,Cuba, “Territorio libre en América” .

Minutos antes de que lo hiciera,fuí testigo de una escena que aún hoy ,recordándola, me pone la “piel de gallina” : cuando los cubanos que iban a bordo divisaron la isla a través de las ventanillas, aplaudieron con fervor.

Apenas se abrió la portezuela del avión, los casi 30 grados del invierno cubano fueron el hálito “sagrado” que me devolvió a la vida.

No sólo no estaba muerto,sino que empezaba a estar vivo como nunca lo había estado.

En mi hotel,el Habana Libre, un médico cubano revisó la erupción que ya a esa altura se había apropiado de todo el lado izquierdo de mi cuello y mandíbula.

Me hizo un par de preguntas, tras lo cual disparó el diagnóstco más contundente que yo le haya oído a un médico: “Estás abichao…” Ante mi desconcierto,confirmó: “Que te ha picao un bicho”… De poco sirvieron mis intentos por cuestionar el diagnóstico, haciéndole saber que yo venía de París y de Praga,que estaba nevando, clima poco propicio para cualquier “bicho”. Pero nada cambió su parecer. Me recetó unos comprimidos que luego sospeché eran aspirinas. Me dijo, palmeándome el hombro: “ No te preocupes chico. En unos día vás a estar del carajo…”

Creo estaba seguro que la medicina que me curaría se llamaba Cuba.

Tal como había pronosticado aquel funcionario de la embajada en París, yo llegué creo que al día siguiente de la clausura del Congreso Cultural de La Habana.

Entonces,recién entonces, me enteré que se habían reunido unos 500 escritores, artistas e intelectuales de todo el mundo, entre los que estaban Julio Cortázar, Mario Benedetti, Mario Vargas Llosa,Jorge Edwars . Todos firmaron un manifiesto de rechazo unánime contra el imperialismo.

Nadie extrañó la falta de mi firma.

Tampoco creo que a Alfredo Guevara le importar realmente que yo participara de ese Congreso.

Era un pretexto.

El objetivo de mi viaje, era que yo conociera Cuba revolucionaria. El suponía las consecuencias…

Al poco tiempo de estar allí comencé a sospechar que ese sería uno de los viajes más importantes de mi vida.

Fue el más importante. Un viaje iniciático,donde yo contraería amores para toda la vida.

Un viaje en el momento “justo”, en la “edad de la inocencia”,de los grandes metejones , de la pasión . Todo era o blanco o negro. El gris era para los viejos.

Vivíamos en un mundo injusto y mi generación lo iba cambiar .Con el socialismo, con la Revolución Cubana,la guerrilla urbana, la revolución sexual, la nouvelle vague y los Beatles.

Y allí estaba yo,en el centro de “la acciòn”, en La Habana, en enero de 1968, Año del Guerrillero Heroico.

Entonces los días empezaron a transcurrir con la cadencia de un son montuno.

La temperatura caribeña, la brisa marina que por las tardes desbordaba el malecón esparciéndose por la ciudad, los Romeo y Julieta que había empezado a fumar , los mojitos que tomaba en el bar del Habana Libre, fueron venciendo a la mancha ominosa, a la malvada erupción y a la madre que la parió: mi angustia.

Fue retrocediendo hasta desaparecer.Y con ella,aunque entonces no me dí cuenta, fué desapareciendo también aquel jovencito temeroso que había salido de Buenos Aires dos semanas atrás.

Ese nunca volvería al barrio.

En mi piel se estaban abriendo poros hasta entonces obturados, dejando entrar la terapeútica brisa caribeña, instigadora de una especie de revolución celular que me estaba acercando al dichoso ser humano capaz de bailar en una baldosa como me había enseñado el querido Saul Yelin.

Mis papilas gustativas habían sido invitadas a una fiesta de nuevos sabores que mandaban al cerebro señales de un disfrute hasta entonces desconocido para mí.

Fruta bomba (Papaya) , mango, piña, y la fruta mas deliciosa y dulce que yo había probado hasta entonces: la mujer cubana.

Yo tenía una habitación inmensa en el Habana Libre pero el paso con una cubana era infranqueable para la seguridad del hotel. De manera que hasta que conocí a Delia,mis “aventuras amorosas” luego de alguna inocente escala en la heladería Copelia, terminaban en el malecón, cuidando no ser descubierto por alguna patrulla policial.

Qué notable…mi “karma” rioplatense me había llevado a una versión caribeña de mi adolescente “zaguán” de barrio : el malecón.

En mi vida no me arrepiento mayormente de cosas hechas sino de cosas que no me atreví a hacer.
Una de ellas es ésta:
En aquel enero del 68, contraje rápidamente algunos hedonistas hábitos cubanos.
Como el de asistir al cabaret del Habana Libre para
tomarme unos “mojitos” mientras oía embelesado a Elena Burke ,una de las grandes cantantes cubanas.
Me ubicaba estratégicamente en una mesa detrás de otra mesa que siempre
estaba ocupada por un hombre corpulento,seguramente agigantado por mi
admiración, siempre envuelto en la nube del humo de su habano atravesado a contraluz por las luces del escenario.
Yo iba al cabaret a escuchar a aquella mujer, y a sentarme detrás de aquel
hombre.
Nunca me atreví a acercarme a su mesa, y hacer lo que me hubiera
gustado hacer:
Darle la mano, y decirle que lo amaba.
Ese hombre era Julio Cortázar.

Los ecos del Congreso Cultural todavía resonaban en los lobbys del Habana Libre, y de los otros grandes hoteles en los que se alojaban las delegaciones. El Nacional,el Riviera…

Una tarde en el lobby del Hotel Nacional ví pasar a Mario Benedetti.

¿Quién nos iba a decir a los dos que 23 años después él iba a recitar en alemán un poema suyo en una película mía…?

Hacía solo 5 años que yo había hecho mi primer cortometraje,”Un largo silencio”, un documental sobre el Hospital Borda, que mostraba el “depósito” de seres humanos que era el neuropsiquiátrico argentino. De manera que uno de los primeros lugares que pedí visitar fue el Hospital Neuropsiquiátrico de La Habana.

Recuerdo los grandes espacios verdes, los internos usando uniforme blanco y vagando libremente por los extensos jardines. En el hospital se hacía especial hincapié en la “laborterapia” y en no cortar la relación de los enfermos con la sociedad.

En los desfiles conmemorativos de la Revolución, junto a delegaciones de estudiantes y trabajadores diversos, desfilaba la representación del hospital neurosiquiátrico ,. Desfilaban los “locos” , agrupados pero libres, cada uno con su “tema”, metidos en sus mundos, marchando marcialmente,o danzando, o dando saltos, o sobre patines, lo que ellos hubieran elegido para ser parte de la conmemoración.

Yo, que todavía tenía fresco el olor al guiso del abandono del Hospital Borda, comprobaba emocionado cómo la Revolución del hombre nuevo” se proponía luchar por los oprimidos y tambien por los enfermos mentales. Era un enfoque de la psiquiatría que a mí me sonaba cercano a David Cooper y Ronald Laing , mis ídolos de la “antipsiquiatría” en ese entonces.

Cierta noche hubo una recepción en la casa de alguien cercano a la organización del Congreso.

En la fiestecita había escritores,poetas,cineastas .

Tambien había mucho ron y mujeres inquietantes. En realidad a esa edad todas las mujeres eran “inquietantes”.

Entre ellas una morena de ojos almendrados muy negros,tirando a pequeña pero robusta, unos 20 años , enfundada en una minifalda versión cubana del “swinging London” .

Cualquier mujer hermosa es atractiva con una minifalda.Pero si es cubana claramente es una instigación irresistible a meterte en problemas. Eso hice yo esa noche.

La señorita era la novia de un prestigioso escritor y cineasta ( no cubano), 12 años mayor que yó. El hombre tenía clara conciencia de que estaba cuidando a una tierna ovejita en medio de una jauría de lobos hambrientos. No se despegaba de ella más de un metro.

Pero esa distancia no podía impedir que ella me mirara. Porque yo la estaba mirando,claro.

Me volvían loco sus piernas, su boca. Mi timidez no me permitía demorar mis ojos en ella más de “lo debido”, de manera que pasaban casi huyendo sobre sus caderas y sus pechos, pero siempre terminaban atrapados en los ojos de ella que estaban al tanto del recorrido de los míos.y me esperaban , implacables…

Los ojos de las cubanas,lo supe entonces, tienen una capacidad especial además de ver: hablan. Y los de esa niña decian claramente: “Tu de aquí no te vás sin mí…”

Sin embargo esa noche me fui sin ella, no sin antes decirle mi nombre y quedando yá para vernos al día siguiente.

La morenita se llamaba Delia. Nadie me dijo esa noche que ella iba a

ser una de las experiencias más importantes de ese viaje.

María Padrón comandaba el grupo de secretarias del ICAIC que se encargarían de mi “educación revolucionaria”. Eran compañeras todas de mi edad ,o poco mayores que yo, que trabajaban en distintos departamentos del Instituto de Cine.

Infructuosamente intentaron que progresara en el baile. Pero sí consiguieron que formara parte de la “Brigada de trabajadores voluntarios del ICAIC”.

Todas las mañanas a eso de las 6 nos subíamos a un camión que nos llevaba hasta tierras del cinturón de La Habana donde sembrábamos café. De esas plantaciones recuerdo el espiritu de camaradería de todos, la alegría con que transcurría la jornada , mientras los altoparlantes instalados entre los surcos en los que sembrábamos, difundían música cubana. Me vienen a la memoria los sones de la Orquesta Aragón.

Tambien recuerdo algo que me decían y que me emocionaba mucho: “Dentro de un tiempo cuando tomemos un café,nos acordaremos de tí Eliseo,porque puede que ese café venga de una matica que tú has plantado…”

Yo tenía por primera vez en mi vida, la sensación de ser parte de un gran esfuerzo colectivo. Me sentía parte de una gran epopeya, en una tierra donde se estaba construyendo al hombre nuevo,como había propuesto el Che.

Me conmovía esta gente que unía sus esfuerzos para construir una sociedad justa, donde todos tendrían acceso a la salud, a la educación…Me conmovía la generosidad de estos jóvenes que priorizaban el bien general al personal.

Un día María (Padrón) me avisa que Alfredo (Guevara) quería que yo estuviera en la “doble banda” de una nueva película cubana.

La primera etapa de mi fascinación por Cuba había sido cinematográfica, a partir del descubriento en Viña del Mar de películas como “Manuela” de Humberto Solás, “Now” de Santiago Alvarez y otras que me habían “volado la cabeza”.

De este director llamado Tomás Gutierrez Alea yo no había visto nada.

“Doble banda” se llama a la proyección de la imagen por un lado y las bandas de sonido por otro. Las bandas magnéticas tenían grabados los diálogos , los ruidos en otra banda, la música en otra, todas sincronizadas con la imagen. El proceso era previo a la mezcla de todas esas bandas en lo que se llama “Regrabación” o “Mezcla”.

Antes de llegar a ese paso “definitivo”, la película se muestra a determinadas personas para recibir opiniones. Es una especie de “ensayo general”. En función de las opiniones recibidas,los directores deciden ciertas modificaciones que pueden llegar a la eliminación de una escena.

La película iba a llamarse “Memorias del subdesarrollo”.

No recuerdo quien estaba sentado en la butaca a mi lado,algún colega cineasta seguramente. Sí recuerdo claramente que terminada la proyección hubo un silencio especial. Uno de esos silencios “elocuentes”.

Yo miré a mi vecino de butaca y le dije: “Esto no lo van a dejar dar ”…

Quien haya visto la película sabrá por qué lo dije…

“Memorias del Subdesarrollo” se exhibió,según tengo entendido, no porque no haya habido intentos de prohibirla, sino porque creo que fue precisamente Alfredo Guevara (intelectual auténtico y antiguo compañero de Fidel desde la universidad.) quien logró que el público cubano y el mundo la conocieran y se convirtiera en lo que es hoy, una de las películas latinoamericanas más importantes de todos los tiempos.

Volví a verla hace poco y con sorpresa y alegría verifiqué que sigue siendo una gran película.

Mi opinión no introdujo ninguna modificación en aquel “ensayo general” simplemente porque no pude emitir ninguna opinión más allá del comentario que hice a mi vecino de butaca en voz baja.

Yo salí de la sala en silencio, conmocionado, con la la clara sensación de que había sido partícipe de un hecho histórico. Y no me equivocaba.

No recuerdo con exactitud cuánto tiempo estuve sembrando café. Es posible que hayan sido un par de semanas.

Curtido por el sol caribeño, sucio de tierra y transpiración,al terminar la jornada de trabajo volvía en el camión con mis compañeros de la brigada.

Pasaba por el Habana Libre, me bañaba y luego iba al encuentro de Delia.

Algunas tardes íbamos a una posada, lo que en Argentina llamábamos “Hotel alojamiento”. Había uno solo en La Habana,de manera que se debía calcular no menos de una hora de espera en una cola que salía del interior de la posada y se extendía a lo largo de la cuadra.

A mí me causaba gracia e incomodidad la situación. Me daba un poco de vergüenza eso de hacer cola para coger.

Y ya se sabe que los cubanos son capaces que estar callados poco tiempo, por lo cual en la fila bastaba el mínimo pretexto para iniciar una conversación. Yo tenía especial cuidado en no denunciar mi condición de extranjero,porque oficialmente ya sabemos que estaba muy mal visto que una cubana tuviera sexo con un foráneo. Pero en una hora de espera alguna palabra se me tenía que escapar, suficiente para que el compañero de la pareja que me precedía lanzara un sonoro: “Oye chico, tu ere argentino…”Yo asentí incómodo pero tambien divertido por la situación. Los cubanos siempre, aún antes del Che, han tenido una relación de mucho afecto y “empatía” con los argentinos.

El hecho de que hubiera un argentino en la cola de la posada era un acontecimiento y la noticia corrió como reguero de pólvora .

Varias parejas detrás nuestro, un mulato de edad incierta preguntó: “Oye, ¿y cómo está Luisito?

Quien? pregunté.

“ Luisito,Luis Sandrini…”

Escuetamente respondí :“Bien, gracias…”

El cine argentino de los años 40 y 50 había calado muy hondo en el público cubano. Si me ponía a hablar con un cubano de 50 años para arriba, sabía de cine argentino más que yo.

Delia era una fervorosa militante revolucionaria. Vivía con sus padres y un hermano menor en una casona del barrio de Miramar.

Su padre había sido un próspero comerciante. Ya no había en la Cuba socialista de esos días espacio para un “próspero comerciante”. Precisamente en ese “convulsivo” año de 1968 (después de mi estadía) el Gobierno Revolucionario dió un paso más hacia el comunismo, anunciando “el fin del dinero” e instaurando el “gratis total”. Hospitales gratis,escuelas gratis, y el fin de toda propiedad privada.

Los padres de Delia ,como tantos otros , “la habían visto venir” y se estaban yendo de Cuba, mientras se pudiera.

Habían decidido radicarse en España. Eso significaba dejar la casa en manos del Estado sin recibir ningun tipo de indemnización ni cosa que se le pareciera.

Delia había decidido quedarse. Ella era una militante y no iba a abandonar la Revolución. Por supuesto que más allá del “fervor revolucionario” no era fácil para una chica de 20 años vivir sola por primera vez, y con el resto de su familia a miles de kilómetros de distancia, y separados nadie sabía hasta cuándo.

Inevitablemente estos episodios transformaban a mi fogosa amante en una especie de “heroína”, cualidad que no hacía más que aumentar mi pasión por la morenita retacona que le había afanado al prestigioso escritor...

Una tarde Delia me dijo que sus padres querían invitarme a cenar.

Viajaban en unos pocos días, y me invitaban a lo que sería la cena de despedida con su hija.

Fuimos a cenar a un lugar donde después bebimos unas copas y ellos bailaron.

A mí me costaba entender la situación.

Pero lo cierto es que más allá de la pena que le daba a Delia que sus padres emigraran, en el negro profundo de sus ojos había una inocultable chispa de felicidad porque la casa quedaría para nosotros dos.

Yo nunca había pasado una noche completa con una mujer…

A mi miedo lo contenía diciéndole que brindarle soporte humano a una militante revolucionaria como Delia, me asociaba aunque fuera en una minima parte a la Gran Gesta.

Aunque mi miedo y yo sabíamos que lo que me hacía quedar con ella no era su fervor ideológico sino su “fervor erótico”. En todo caso ambos eran “fervores” hasta entonces desconocidos para mí.

Sin embargo no estuve con ella cuando se fueron sus padres.

El ICAIC me había encomendado una nueva “misión” que suponía otra lección para el jovencito Subiela.

El Instituto de Cine disponía de unos “cines móviles”, montados en unos potentes camiones rusos que recorrían la isla exhibiendo cine cubano. En esos camiones además de los operadores, iba un director de cine. Todos los directores cubanos debían alguna vez integrar esas misiones. Ese aprendizaje no podía reemplazarlo ninguna escuela de cine.

Siguiendo al camión que llevaba el proyector y demás elementos técnicos necesarios , ibamos un tan jóven como yo director cubano,Manolito Perez, y yo, en un jeep Lada cuyo manejo alternábamos ambos.


Escambray,Cuba,febrero 1968- Eliseo Subiela (al volante) y Manolito Perez-

Internándonos en las históricas Sierras del Escambray desembocamos en una población, que no era más que un puñado de bohios con familias campesinas .

Al atardecer armamos todos los equipos ante la curiosidad incontenible de los espectadores. Yo estaba muy atento a su reacción porque lo que ibamos a proyectar era un documental sobre el Che ,recientemente asesinado en Bolivia y suponía que iba a ser un momento de una emoción inolvidable.

Las primeras imágenes mostraban al Che moviendose durante el avance revolucionario en alguna zona de combate seguramente cercana a donde estábamos ahora. La reacción del público fue inmediata:

risas crecientes hasta llegar a las carcajadas previsibles en una exhibición de los Tres Chiflados.

Desconcertado lo miré a Manolito Perez.

Me explicó: “Es que es la primera vez que ven cine,sabes..”

El Che,todavía no era el Che. Era una figura humana que se movía agigantada sobre un lienzo blanco. La “imitación” de ellos mismos les causaba gracia.

Las primeras reacciones frente al cine, allá en 1887,fueron primero de miedo porque la locomotora se venía encima, y luego de risa ante la “imitación” del torpe movimiento humano.

No puedo precisar ahora cuánto tiempo de película transcurrió hasta que esa figura que se movía en la pantalla se transformó en el Che, y entonces sí, apareció la emoción, el “silencio elocuente” y al final la ovación.

Esa noche fue para mí una magistral lección sobre la naturaleza del cine y su relación con el espectador.

¿Que duda podía tener de que realmente esa Revolución estaba construyendo al hombre nuevo?

Ninguno de las personas que iba conociendo vivía en función de sí mismo.

Vivían al servicio de los demás. en pos de la construccion de una sociedad justa, de un mundo mejor, y por esa meta estaban dispuestos a entregar sus vidas,literalmente si hiciera falta.

Eran ideas preciosas, sin duda, irresistibles para un jovencito idealista y romantico como era yo en aquel entonces.

En una carta que escribí a Antonio Avila, entonces mi amigo más cercano,le decìa exultante : “He conocido a hombre mejores que yo…”

Luego de esa experiencia, me llevaron al Centro de Capacitación Pedagógica en Minas de Frio, el sitio mas alto y frío de Cuba ( creo que a 900 y pico de metros) en plena Sierra Maestra.

Fué un ascenso muy escarpado y solo posible con la doble tracción del jeep ruso. A medida que ascendíamos nubes bajas se interponían en el camino.

La escuela formadora de maestros cubanos estaba entre las nubes.

Esa es la imagen que me ha quedado. Jovencitos provenientes de todas partes de Cuba apareciendo y desapareciendo entre las nubes, preparándose para transformar a Cuba en el único país de America sin analfabetos.

No era fácil estar en el lugar menos “caribeño” de Cuba. Quizás la reaparición del frío y la sensación de distancia inconmensurable que daba el estar “entre las nubes” reavivaron algunos vestigios de angustia en mí.

Fué solo una “señal de alarma”, un aviso de que la experiencia cubana no me había librado totalmente de mis zonas más brumosas,heredadas de papá melancolía gallega, y de mamá soledad pampeana.

Pero sin duda ya estaba en mejores condiciones que en Paris para enfrentar esas zonas oscuras. En la biblioteca del Centro encontré “Contra la muerte”, un libro del poeta chileno Gonzalo Rojas. Debería releerlo ahora para tratar de descubrir qué hay en ese libro que me arrebató de la negrura y me devolvió a un estado de conciencia luminosa que me permitió de ahí en más no perderme un instante de la increíble experiencia que estaba viviendo.

Esa lectura, y la de “Cien años de soledad” en los días posteriores a la muerte de papá, son las dos ocasiones en las que más claramente la literatura me dió consuelo y curó mi alma.

De cualquier manera,gracias al "Compañero" Dios, una mañana que a mí me pareció menos brumosa que nunca, emprendimos el descenso, hacia La Habana, hacia el mar, hacia la recuperación de los mojitos, hacia la tibieza caribeña, hacia Delia.

Sus padres ya se habían ido.

Delia estaba sola ante el mundo, con sus 20 años, con su Revolución. Y con su casona en el barrio de Miramar.

Muchas de esas casas fueron expropiadas por el gobierno y hoy son residencias de embajadas u organismos oficiales.

Pero en enero de 1968 la casa de Delia era el “decorado” donde dos veiteañeros temblaban juntos, solos en el mundo por primera vez.

Algunas noches Delia me despertaba para preguntarme: “Oyes esos ruidos…? ”…Para enseguida tranquilizarse diciendo: “Deben ser ratoncicos”…

Yo me iba de la casona por la mañana muy temprano. Volvía al Habana Libre y desayunaba allí fingiendo haber pasado la noche en mi habitación del hotel.

Cierta tarde ,Alfredo Guevara me puso una mano en un hombro y anunció el final de la aventura: “… Eliseo,llevas aquí dos meses. Si quieres quedarte a vivir en Cuba, quédate. Pero debes tomar la decisión...”

Yo no quería quedarme a vivir en Cuba. Mi vieja me estaba esperando en el barrio de Palermo.

Aunque había sido advertida de que mientras estuviera en Cuba no tendría noticias mías para evitar que también las tuviera el General Onganía, me la imaginaba triste y muy sola.

Cuando volví tambien supe que había estado muy preocupada porque su hermana, mi madrina, le había manifestado su temor de que los comunistas me hicieran “ un lavado de cerebro”.

A mí siempre me había hecho gracia la expresión “lavado de cerebro”. Me imaginaba la tarea de higienizar un cerebro “sucio”.

Entonces, si lo lavaban, que tendría eso de malo?

En todo caso, conmigo el operativo había tenido éxito,cosa que alarmó mucho a mi madre.

Esa última mañana antes de salir para el aeropuerto, Delia apareció con una muñequita de su infancia, que todavía conservo. (Ver foto al comienzo)

Le había confeccionado un vestido con los colores y el diseño de la bandera cubana.

Debajo del gorro frigio, la cabellera morena de la muñeca era un mechón de su pelo.

Después que nos dimos el último abrazo, me miró con los ojos llenos de lágrimas y soltó un doloroso, profundo,resignado... “Coño…”

Pasaron los años. Sin noticia alguna de Delia.

En 1987 volví a Cuba para participar en el Festival de Cine de La Habana con “Hombre mirando al sudeste” .

Una compañera de la delegación argentina,la actriz Ana María Piccio, en un momento me preguntó: “Vos tenés miedo en Cuba,nó? ”…

Miedo?,pregunté sorprendido.

“Estás todo el tiempo mirando para todos lados, como si temieras que te estuvieran vigilando…”

Yo miraba “para todos lados” buscando a Delia.

Le conté la historia. Emocionada me conminó:” Te vás yá al hotel,agarrás la guía de teléfono y la buscás…”

Yo no estaba muy seguro de si quería reencontrarla. Sabía que volver al pasado era imposible. Me pareció que elegía quedarme con la imagen de aquella Delia de 20 años, y no arriesgar el recuerdo cotejándolo con la Delia actual.

En mi memoria, los años la habían idealizado, haciéndola cada vez mas bella, a salvo del deterioro que el tiempo inevitablemente nos había causado a ambos.

En mí no tenía más remedio que enfrentarlo todos los días. Pero en ella podía evitar constatarlo,manteniéndola a salvo en el recuerdo.

“No seas cagón !” disparó enojada Ana María.

En la guía telefónica había más de una persona con su nombre y apellido. Pero una sola con la dirección en Miramar, y yo recordaba el barrio donde estaba su casa,

Llamé. Me atendió una mujer que sonaba mayor.

Pregunté por Delia.

Hubo un silencio incómodo.

¿Quién la busca? preguntó la mujer.

Un amigo de Argentina que hace tiempo no vé…le respondí.

Como si quisiera terminar la conversación lo antes posible, la mujer me informó:

“Delia se fué pal norte hace 4 años…” y me cortó.

Me quedé unos minutos en silencio en mi cuarto del Hotel Nacional.

El olor a mar que entraba por la ventana coincidía con mi memoria.

Los sones de la orquesta Aragón que llegaban desde planta baja ,tambien.

Lo nuevo era mi estupor al darme cuenta de que “el norte” de Cuba era Miami.

Y que 4 años atrás era la fuga de “los Marielitos”.

¿Qué había pasado para que mi idealizada militante revolucionaria siguiera los pasos de sus padres, casi veinte años después…?

Hoy Delia vive en Miami.

En 2007, mi amiga Nancy, texana y devota de las historias románticas, logró ubicarla. Obtuvo su número de teléfono.

Cuando fuí a la presentación de “Lifting de Corazón” en el Festival de Miami, pude hablar por teléfono con Delia.

No había visto la película de manera que todavía no había comprobado que el personaje central de la pelìcula se llamaba Delia, con su mismo apellido, en homenaje a su recuerdo.

Así como imaginaba los efectos del paso del tiempo en su figura, no estaba preparado para encontrarme con aquella voz con la que el tiempo parecía no haberse atrevido.

Era la misma voz del 68…

Hablamos unos minutos por teléfono.

Ella,cercana al llanto todo el tiempo.

Yo tratando de salir indemne.

Ninguno de los dos se atrevió a decir:

- Veámonos.




Con Mario Pelegrini.Paris marzo 1968


En marzo del 68 volví a Paris. Paris no era la misma.Yo no era el mismo.

En el avión viajé con Jorge Edwards,el escritor y diplomático chileno.

Me dijo, si quieres comemos esta noche y te presento a una amiga chilena.

Me la presentó. Era modelo de ls revista Vogue. Una de las mujeres más bella que yo haya conocido.

Pero eso ya es otra historia...


Silvia Rudni.Paris marzo 1968




4 comentarios:

  1. Hermoso relato, anticipo de un libro que ya se hace esperar. Gran abrazo, Eliseo.
    Gustavo (el hermano de Carola)

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  2. Ver una película rodeada de cubanos sigue siendo una experiencia inolvidable para mí. Es increíble. Le hablan a la pantalla. Les advierten a los personajes que no hagan algunas cosas. Le avisan que algo malo va a pesar. Recuerdo estar viendo "el lado oscuro del corazón 2" en el cine Yara de la Habana (diciembre del 2001) y recitaban todos los poemas de principio a fin... cada uno de ellos. Sin errores. De memoria y respetando cada pausa y manifestando todas las emociones. E incluso sentían vergüenza en las escenas de sexo y apaludían cuando se besaban... TODA UNA EXPERIENCIA IMBORRABLE...
    Gracias Eliseo por compartir la anécdota... algo sabía, pero a grandes rasgos... hoy lo viví a través de tus palabras. DIANITA

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  4. Bueno, Eliseo, me tomé mi tiempo para leerlo y para pensarlo. Realmente una historia de vida notable, como la de ser testigo de una situación histórica quizás única en el Siglo XX. No voy a decir acá lo que pienso de todo ese proceso y de lo que es hoy Cuba, país entrañable del cual tengo varios amigos. Lo único que me importa es la experiencia humana, puro sentimiento bien narrada y llena de amor. Esperaremos con ansiedad el libro. Al parecer Delia podría ser un buen personaje para darle vida, y de paso responder al interrogante, qué pasó con esa militante. Esa es la parte que capítulos después, algunos apreciaríamos.
    Gracias y felicitaciones y mi más legítima envidia.
    Un abrazo fuerte.
    José.

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